viernes, 5 de octubre de 2012

La habitación del deseo

Fotos de la red

Se podía decir que era feliz en aquella casa, solo un detalle empañaba su calma y no
era nimiedad, podría ser cualquier cosa menos eso. No podía sujetar su corazón.
Y aquello la llevaba suspirando por los rincones lejos de su mirada.
Lykke, vino a pasar unos días desde Copenhague y llevaba tres meses con Ángel en 
total armonía. 
¿Desde cuando se conocían?
Ella necesitaba unas vacaciones y él le ofreció su casa y su compañía. 
¡No podía pedir más!
La llamaba Ly, y a ella le gustaba escucharlo de sus labios.



Se encontraba inquieta, asustadiza, sin querer admitir lo que ocurría, o no queriendo 
entender, por miedo. Y llegaron noches sin dormir, con alguna que otra pesadilla.
Aquella mañana de domingo, mientras él daba cuenta de un copioso desayuno, la vio 
desganada y  le preguntó:
-¿Dormiste mal?
-¿Por qué lo dices? Contestó.
-Se nota que hoy el espejo estuvo de más. Tienes ojeras.
¿Quieres contarme algo?
-No. ¡Estaré incubando vete a saber qué! Pasará.
Creyó descubrir matices distintos en el tono de su voz, pero no, era el mismo de
siempre, solo que ella, estaba susceptible.




Llevaba algún tiempo en que lo miraba distinto, a veces, se descubría ensimismada 
escuchándolo, pero sin verlo, y cuando se sentía descubierta, como si Ángel
pudiese leer en su mente, se ruborizaba como una colegiala y bajaba su mirada,
queriendo desaparecer en ese instante. ¿Cómo pudo haber pasado?
¿Por qué a ella? Si es que existía Cupido... Era muy cruel.
Él la miraba con disimulo por encima de sus lentes, estaba bellísima con esas mejillas 
en arrebol. Estuvo en un tris, de decirle: No sufras, soy tuyo. Pero como siempre su
timidez pudo más, jamás se perdonaría el perderla.




La verdad es que se hacía querer, pensó, y ella lo disfrutaba de una manera especial, 
le encantaba acariciarle el pelo cuando él se recostaba en el sofá a su lado, y dejaba
descansar la cabeza en sus muslos, eran esos momentos de relax después de la cena,
donde las conversaciones cambiaban de tono y se hacían más intimistas. Esos
momentos en los que ella sujetaba sus manos para no ir más allá de sus cabellos.
Al verlos así, cualquiera podría pensar que eran pareja y no unos buenos amigos. 
Se complementaban como un engranaje perfecto.
Aquella noche, ella se quedo en el salón, intentando acabar el capitulo de aquel 
interminable manuscrito. Apagó luces y se dispuso a dormir un poco, al pasar por la 
puerta de la habitación de él, lo vio dormir plácidamente.¡Como le gustaba mirarlo!





Dormía en la habitación contigua a la de el. 
La primera noche que paso en aquella casa, Ly comentó: 
-No estoy habituada a tener las puertas cerradas, me siento un poco agobiada. 
Y desde aquel día, los dormitorios siempre estaban abiertos. Se quedó en el umbral 
observando su placentero sueño y sin pensarlo, entro con cautela para no despertarlo
 y con su dedo deposito un beso en los labios de él, casi sin rozarle; se sintió Pretty 
Woman al recordar su escena preferida y una lágrima resbaló por su mejilla. 
¡Qué ironías tiene la vida! Ella qué perjuro no volverse a ilusionar y se estaba
quedando enredada en la tortura de su risa.
Se convirtió en un hábito, no podía quedarse dormida sin acercarse a su cama y 
mandarle su beso, pero aquella noche se quedo quieta, estática, conteniendo la
respiración, tuvo la sospecha de que él había abierto los ojos, no pudo calcular
si fueron segundos o minutos, pero le parecieron eternos y solo quedó tranquila
cuando escuchó su respiración, tranquila y pausada. ¡Estaba dormido!
Salió casi sin rozar el suelo y con el alma en vilo, debía tomar una determinación, y
cuanto antes. Ya no controlaba. La vio alejarse, y como cada noche, con ella se
marchaba un latido más de su corazón, a este paso, se quedaría como un viejo
reloj, ¡sin cuerda!





Se levanto del sofá como si su cuerpo fuese una losa.
La noche tampoco ayudaba, el viento azotaba los cristales preparando una tormenta, 
la luna dormitaba tras las nubes grises robándole a ésta su luz, dejándola suspirando
tristezas.
Ly, como una autómata, soltó una retahíla de palabras que ni ella misma escuchaba.
-Me marcho  a la cama –dijo-. No tardes en subir, te recuerdo que mañana madrugamos.
-¿Estas decidida?
-Si, debo estarlo. No puedo quedarme eternamente. 
Y se le hizo un nudo en la garganta, sus labios dibujaron una sonrisa, que más bien resulto 
una mueca irónica.
-Si quieres puedes y tú lo sabes –dijo él, con un hilo de voz-.
Sabes que no hay condiciones de ningún tipo.
-No me lo pongas más difícil Ángel –susurró- no me lo pongas difícil-. Y dejó caer los
brazos, como signo de vencimiento.
-Simplemente no quiero que te vayas Ly –me acostumbré a tu compañía-. Eres el alma 
de esta casa.
-Debo irme. Lo dijo, arrastrando la voz, una voz que a sus oídos sonaba hueca, 
vacía, sin matices.





Subió las escaleras deprisa, quería huir de él, ni tan siquiera miró hacia tras, de
haberlo echo, se hubiese dado cuenta del dolor que había en sus ojos, de la
lucha que libraba en su interior desde aquella mañana en que la recogió en el
aeropuerto. Se había colado en su vida sin permiso, de tal forma, que
tenerla fuera de ella, le parecía imposible.
No podía dormir, demasiada presión en su pecho, y la escuchaba deambular
en la habitación contigua, casi podía verla a través de la pared. Se conocía cada 
movimiento, cada gesto, cada mueca de su boca perfecta, cada caricia de sus 
dedos sobre su pelo, pero la desconocía totalmente como mujer, por mucho
que pudiese inventar y soñarla entre sus brazos.
¡Si pudiese abrazarla en este momento!




La vio pasar por su dormitorio, la escuchó bajar las escaleras, despacio, y el leve roce 
de la bata contra la barandilla. Creyó escuchar que sollozaba y eso le dolió en el alma,
no, estaba sufriendo, y no debía permitirlo. La quería. Tenía que admitirlo.
Lucharía por ella. No podía dejarla marchar.
Bajó en su busca con miedo, cauteloso, si le rechazaba se lo tenía merecido –pensó. 
La vida le hizo ser desconfiado, hasta tal punto que pensaba, nunca tendría alguien a
su lado y había llegado el momento de conocer la realidad.
Allí estaba, mirando a través de la ventana, como tantas veces lo hicieron los dos
jugando a encontrar formas dibujadas por las estrellas. Si lo escuchó llegar, ni se inmutó
y cuando estuvo tras ella, tragó saliva y controló su respiración.




-No te vayas Ly, me gusta cuando alborotas mi espacio –dijo él, casi susurrando-.
Te pido perdón si te dañé. Abrazó su cuerpo por la espalda y apoyo su mejilla en
la suavidad de su pelo. Le gustaba su perfume, había aprendido a distinguirlo entre
la multitud a base de aspirarlo cada vez que pasaba por su lado. Ella siguió
inmóvil, parecía que no escuchaba, ni sentía.
-Amor, nada me importa si no estas conmigo, la luna, ya no será la misma en
nuestra playa. Me olvide de olvidar mis miedos. ¡Te necesito!
Una lagrima cayó en sus manos y la giro despacio hasta tenerla de frente,
¡qué bella estaba!
Bajó su boca buscando la de ella y al posarse en sus labios hambriento de sus
besos, la deseo como nunca.
Se fundieron en un abrazo interminable y sus manos se buscaron incrédulas por
tenerse. Cada uno, paseo por la piel del otro, saltando aceras, cruzando charcos,
humedeciéndose de los deseos ávidos de pasiones y sin importar nada más se
rindieron al amor que sentían y que tanto se habían ocultado.
-Arráncame los besos y quédatelos, que nadie sepa como saben, sin ti, no los
 quiero –le dijo ella encendida de deseo-.
Y él se adentro en su cuerpo olvidando su propio yo.

Copyright Fini López Santos (2012)
Todos los derechos reservados al autor






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