jueves, 29 de agosto de 2013

Vejez

Foto de la red


Si estuvieses cuando se pierda
del horizonte el sol del estío
y se torne gris nuestro día
de puro invierno.

Si estuvieses cuando adolezcan
las manos temblorosas y ajadas
y busquen su piel curtida las tuyas
cual papel de celofán.

Será entonces cuando los besos
serán de un almíbar ligero
y tus ojos como el mar profundo
hablaran a los míos serenos.

Y apoyando nuestro cuerpo,
al compás del bastón caminaremos
de ternura y amor desbordados
por esos caminos del tiempo.

Yo, yo tejeré tu bufanda, 
tú, tú buscaras mi mantón.

Copyright Fini López Santos






domingo, 18 de agosto de 2013

Destierro

Foto de la red


Tiré del hilo invisible 
qué anudé a tu boca
cuando el olvido inevitable
me desterró de tu alcoba
y se enredaron tus silencios
en los vientos huracanados
de caricias tormentosas.

Copyright Fini López Santos




jueves, 15 de agosto de 2013

Complicidad




Si en aquel encuentro inesperado
nuestros ojos, mudos hubiesen quedado,
hubiésemos perdido el encanto
de las palabras silenciosas
llenas de matices.

Si en aquel momento nuestros brazos 
no se hubiesen fundido en el abrazo
sentido, tantas veces deseado,
hubiese muerto nuestra complicidad
compartida tantas veces.

Porque mi sueño, mirarse en ti necesita
para alzar el vuelo, planear en cada caricia
del oasis de tu cuerpo y en el acantilado
de tu boca, perder hasta el aliento.
Nuestro encuentro, fue diálogo eterno.

Copyright Fini López Santos
Foto de la red





lunes, 12 de agosto de 2013

La isla Cascabel


Nuestro amigo Pon-Pon era un hombre gentil, amable y bonachón que trabajaba día 
y noche, pero era tan pobre, tan pobre, que tan solo le quedaban los sueños.
Se levantaba por las mañanas muy triste y apesadumbrado pues su trabajo era 
aburrido y solitario.
¿Sabéis en que trabajaba Pon-Pon? Recogía cartones por toda la ciudad que luego 
vendía para ganar unas monedas y así poder comer.
Un día, cuando empujaba su carro vio a dos niños sentados en la acera, miraban 
pasar la gente de acá para allá y asombrado ante aquel echo, pues los niños suelen 
ser inquietos y traviesos, se acerco a preguntarles el motivo de aquella quietud.
-¿Qué os pasa chavales que tenéis esas caras tan largas?
-¿Habéis perdido algo?
-Hemos perdido la alegría señor, mi hermano y yo intentamos encontrarla, le 
contestaron Susana y Luis que así se llamaban.
Pon-Pon asombrado, pues no sabía el motivo de aquella grave perdida, se sentó junto 
a ellos y se unió a la búsqueda.
Después de un buen rato Pon-pon le dijo a los niños: aquí no la hallaremos nunca, 
nuestra amiga está bien escondida,
-Nos ayudaras a buscarla? -Le propuso Luis- y cuando la encontremos, la 
repartiremos entre todo el mundo, así desaparecerá la tristeza.
-De acuerdo -contestó Pon-Pon- nos pondremos en marcha esta misma tarde, 
necesitaremos calzado cómodo, una mochila con alimentos y paciencia, mucha 
paciencia.
Pon-Pon, Susana y Luis emprendieron su aventura, cruzaron campos, bosques, 
pueblos y ciudades, desiertos, cordilleras y mares, pero nada, no encontraban 
mas que guerras, odio, pena y lágrimas... mucha tristeza.
Agotados de tanto caminar, llegaron a una aldea perdida entre montañas, 
preguntaron a la gente que iban encontrando por el camino:
¿Sabéis donde podemos encontrar la alegría?
¡Nadie la conocía! Que pena….llego la noche y la mañana y de nuevo 
oscureció, buscaban aquí y allá, pero nada, la alegría seguía escondida, pero 
cuando estaban apunto de desfallecer y el desaliento empezaba a anidar en 
sus corazones encontraron una playa y decidieron darse un baño, parecían
carboneros ¡qué sucios estaban!
Chapotearon hasta cansarse, ¡qué horror! Parecían zombies.
De pronto, asomaron unas palmeras gigantes en medio del agua, ¡qué extraño! 
Antes no estaban ¿qué será?


Cual no sería la sorpresa que de pronto, el agua se separó en dos y flotó una isla 
preciosa, verde y frondosa y decidieron acercarse, tomaron unas tablas y 
pusieron rumbo a la isla a pesar del cansancio. Cuando arribaron se pusieron a 
explorar, no había nada raro, eso sí, una gran paz les envolvió, en el pecho de 
Pon-Pon, Susana y Luis, sonaba un Tilín-Tilín parecido a un cascabel. 
El camino fue toda una aventura y a cada paso que daban se encontraban 
una campanilla y luego un cascabel y otra campanilla, y como el que no 
quiere la cosa, Susana sin darse cuenta se fue alejando del grupo. 
El sendero estaba cubierto por estos diminutos instrumentos, cuando la niña se 
agacho a cogerlos una voz le dijo: no hagas eso. Asustada, quiso correr y tropezó 
con tanto acierto que al momento sonó una dulce melodía. 
-No te asustes, soy tu amigo- le dijo un enanito todo vestido de rojo, no has de 
tocar mis instrumentos, son muy delicados y se podrían romper. 
Perdóname ¡qué tonto soy! No me presenté y con una reverencia al estilo 
principesco tomo la mano de la niña y deslizando sus labios en un dulce beso 
le dijo: 
Me llamo cascabel, soy el encargado de esta isla encantada, con mi 
música atraigo la tristeza y la transformo en sueños y alegría. 
La niña al escuchar aquello gritó entusiasmada: 
-Entonces ¿tú conoces la alegría? 
-Claro que sí, ¿me tomas por tonto? Dijo el enano muy ofendido. 
-Dime ¿Dónde está? Mis amigos y yo andamos buscándola. 
-¡Cuidado que sois torpes! Ella esta en todos vosotros, pero tenéis que 
buscarla en vuestro corazón. 
-Estas burlándote de mí, dijo la niña muy triste. 
-Escucha esta música, ¿qué sientes? 
-Ummm...…mucha alegría, ganas de saltar y bailar! 
-Pues no la oprimas y déjate llevar por sus compases como si de un vals se tratase. 
Y Susana como un títere comenzó a bailar y a reír, una gran felicidad se reflejo 
en sus ojos, estaba como loca, por fin había encontrado la alegría. 
Se despidió de su amigo y cuando llego al lado de su hermano y amigo les colgó 
a cada uno un cascabel, regalo de su amigo el enanito rojo y pusieron rumbo 
a la ciudad, pero cuando Susana levantó la mano en señal de despedida, la isla 
había desaparecido por arte de magia igual que apareció. 
Pero ellos sabían que fue real, que existía, llevaban un presente para cada niño 
que viesen triste y así volvería a ser el mundo alegre y feliz. 
Erase que se era, un adulto con un sueño, un niño, una niña y un mundo loco. 
Copyright Fini López Santos


Dibujos de mi autoría.

viernes, 9 de agosto de 2013

En el país de las flores



Había una vez, hace ya muchos años un hermoso país, tan bello como quiera tu 
fantasía imaginar; lleno de plantas y flores como únicos habitantes del lugar, 
Gardenia, que así se llamaba su reina era bellisima; y su perfume, embriagador. 
Quería y admiraba tanto la belleza, qué encargó el cuidado de su gran y preciado 
reino a los mejores jardineros del mundo: Los hermanos Colibrí. 
En él todo era paz y armonía, cada flor desprendía su personal aroma; y era tan 
increíble el colorido de sus pétalos, que, a vista de pájaro, parecía que jugaban 
entre ellos un sinfín de arco-iris. 
Sus tallos y hojas de un verde intenso y brillante, eran el placer de sus cuidadores. 
Un día, sin saber como sucedió, creció frente a una hermosa Rosa, un elegante 
Cardo, orgullo de su especie. Fue a nacer, por un error de la madre naturaleza, 
en una zona del jardín prohibida para el. El jardinero no le dio importancia al 
hecho, ignorándolo por completo, creciendo la Rosa y el Cardo a un tiempo. 
Desde sus primeros balbuceos, ¡Porque las flores también hablan!, se fueron 
conociendo. Pasó el tiempo sin que ellos lo apreciaran y cuando fueron adultos 
¡el desastre! Se enamoro él de su princesa, como Romeo de la bella Julieta. 
Las demás compañeras llenas de envidia, entre sí, murmuraban: 
-¿Qué tendrá ese humilde Cardo? Para que nuestra hermana, haya perdido 
sus pétalos por él. Es vulgar, arrogante y feo, ¡Debieran quitarle de en medio!

Esto llegó a oídos de la Reina y muy 
enfadada por no haber sido informada 
de tal evento, hizo llamar a sus jardineros. 
Los pobres, temblorosos, pues ya 
conocían el carácter de su patrona, 
acudieron a la cita sin demora alguna. 
Fue tan grande la reprimenda, que el 
eco de sus gritos se escuchó en todo 
el país. Su Majestad ordenó que al 
ponerse el sol, fuese el Cardo 
transportado a un rincón apartado 
del jardín, donde el entorno del mismo 
no se rompiese por su fealdad y 
austera vestimenta. 
¡Que injusticia más grande! 
Los enamorados defendían con 
destreza el amor que les unía, pero 
todo intento fue imposible. Uno de 
los jardineros con habilidad, fue 
separando hoja por hoja a los tristes amantes que parecían fundirse en un estrecho 
abrazo, lloró la Rosa al sentirse impotente por la discriminación con la que había 
sido tratada.

Sin importarle a nadie el gran dolor y la amargura que sentía, viendo cómo alejaban
a su amado, dobló su tallo hasta lo imposible para intentar de nuevo abrazarlo, 
¡Pero todo fue inútil! El Cardo, viendo el sufrimiento del que era preso su amor, con 
voz cálida y melodiosa, así le cantó: 
-No llores mi princesa, pronto estaremos juntos, besaré tus pétalos de fresa y tú talle 
fino como el junco. No habrá tierra que nos separe, ni manos que arranque nuestro 
corazón, bajo cielo y lluvia te amaré, mira si es grande mi amor. 

Y mientras cantaba fue arrastrado como vulgar ratero acusado de robar la mejor 
joya de aquel jardín prohibido, la cándida y hermosa Rosa. Fueron los días 
pasando y la Rosa llena de tristeza, fue perdiendo su color, sus pétalos se 
tornaron pálidos y su tallo perdiendo fue su esbeltez. En el ambiente se respiraba, 
que la muerte merodeaba cerca. 

Sus estiradas compañeras que no tenían sentimientos, pues vivían para sí mismas, 
criticaban su postura con acritud y muy pocos miramientos: 
-¡Como fuiste a caer tan bajo! ¿No sabes que eres muy hermosa y tu estirpe es 
de sangre azul, como vas a emparentar con tan humilde y pobre lacayo? 
¡Ni tan siquiera es de este país! 
Espabila, que no se hizo el manjar para la boca del asno. 
Al escuchar tan duras y crueles palabras, la Rosa, sin fuerza para entrar en discusión, 
dejó rodar una lágrima y plegando sus pétalos al cielo, lloró por sus hermanas 
pidiendo al cielo perdón. 
-No les hagas caso mi buen Dios, ellas tienen la desgracia de no saber querer 
al prójimo. 

Cuando amaneció los pétalos de tan linda flor, estaban esparcidos por la tierra 
unidos en forma de corazón y su tallo lánguido y sin vida, había caído con tal 
precisión, que parecía una flecha atravesando por el centro dicho corazón. 
Su Majestad la Reina como cada mañana, salió de paseo envuelta en su 
arrogancia, cuando fue avisada de tan triste y penosa noticia y llena de furia 
marcho en busca del Cardo traidor, para terminar con su vida. 
¡Pero otra gran sorpresa les aguardaba a todos aquella mañana! 
Al llegar a la humilde morada del Cardo, no podían dar crédito a lo que sus 
ojos veían y la Reina muda por el asombro, retrocedió sobre sus pasos 
gritando enloquecida: 
-¡No puede ser, no puede ser!

-¿Podéis imaginaros acaso lo que había sucedido? 
Se encontraba el Cardo en todo el esplendor de su hermosura como un clavel 
reventón y la Rosa enlazada a su talle llena de candor y lozanía, pero no termina 
hay la cosa, pues estaban los enamorados, rodeados de varios capullos en flor, 
especie única en el mundo y más lindos que cualquier sueño de amor jamás 
inventado. Este fue el milagro con el que Dios les premió. 

No les importó la estirpe, la raza, el llanto, ni el dolor, había en ellos mucha 
nobleza, libertad y mucho amor. Puede uno ser feo o hermoso en 
apariencia, pero no importa cuando se tienen sentimientos tan grandes como 
el sol, pues la hermosura y la belleza se llevan en el corazón. 

Cuando veáis una flor qué no sea de vuestro agrado, ¡No la matéis, dejadla vivir! 
Quién os dice que no habrá mañana otra flor hermosa suspirando por su amor. 
Hay flores que les pasa como a las orugas, muchas de ellas al llegar su madurez, 
se transforman en bellas mariposas. 
Igual nos pasa a las personas, se nos discrimina por el color de nuestra piel, 
nuestro nivel intelectual, nuestro estatus social, por ser extranjeros 
o condición sexual. 
¡Acaso ante Dios no somos iguales! 
Aprendamos de este cuento, con humildad y con amor.

Copyright Fini López Santos 


Dibujos de mi autoría.




jueves, 1 de agosto de 2013

Trágica noche

Foto de la red


Nadie podía sospechar por entonces lo que la vida les deparaba, ni en la peor de las 
pesadillas. Eloisa y Fran padres modelos de cuatro hijos maravillosos, tenían ya su 
cruz al nacer (eso dicen los mayores) que cada uno, tiene ya su destino marcado y 
debe ser verdad a tenor de lo que tenía que ocurrir.

Eran las tres de la madrugada de aquél sábado fatídico cuando entre sueños 
escucharon sonar el teléfono, Fran se levanto tambaleándose para poder llegar a 
tiempo, no era normal que sonase aquellas horas –algo pasaba-.

-Dígame -pregunto.
-¿El señor Castells?
-Sí, ¿Con quien hablo? –pregunto al interlocutor-.
-Soy el comandante Albero de la comisaría de levante-.
-¿Qué ocurre?
-Su hijo está detenido, creo que debería venir, señor.
-¿Mi hijo? ¿está seguro?
-Noé Castells.
-Si, es él, ¿qué hizo?
-Mejor venga, por teléfono es complicado.

Tras colgar y todavía entre las brumas del sueño, al girarse, vio a su mujer apoyada 
en el quicio de la puerta, desencajada por el sobresalto, esperando que él le contara.
No sabía desde cuando estaba allí, ni si había escuchado la conversación.
-Era el chico, lo dejaron tirado los amigos y hace frío, voy a recogerlo –dijo -con la 
esperanza que no notase temblar su voz-. Era la primera vez que le mentía.
-Acuéstate mujer, vas a coger frío. Habrá que hablar con él... últimamente anda raro.
Eloísa se metió en la cama y amparándose en la oscuridad, escudriñaba cada 
movimiento, cada gesto y esas facciones que tanto conocía. Y sintió helarse la sangre 
en las venas.

Llego a comisaría sin saber el trayecto elegido para ello, pero se le hizo eterno el camino.
-Buenas noches, soy el señor Castells –se presento-.
-Lo estaba esperando, soy el comandante Albero, sigame por favor-.
Entraron en un despacho frío, poco hospitalario y le ofreció una silla 
¿Le apetece un café? No es muy bueno, ya sabe usted como son estas dichosas máquinas.
-No gracias ¿qué ocurre con mi hijo?
-A noche asaltaron la farmacia del ensanche, fueron tres yonkis desesperados, al decir 
esto, levanto los ojos y pudo ver a un hombre aterrado. La cosa no hubiese sido tan 
grave de no haber sangre de por medio. Hubo un muerto, y de nuevo volvió a mirar a 
su interlocutor que sin palabras le pregunto y esta vez no se hizo de rogar.
-Murió el dueño –contesto.
-Su hijo es uno de los tres asaltantes, el jura y perjura que no hizo nada, pero...
estaba allí, de acompañante o no, pero estaba y ante tal hecho, no podrá salir
hasta que lo decida el juez.

Eran muchas noticias de golpe, demasiado dolor para asimilar en tan breve espacio de 
tiempo, su cabeza parecía querer estallar y se vino abajo como un niño asustado 
rompiendo a llorar. No hubo prisas, el comandante Albero había vivido muchas 
situaciones en aquel despacho, pero el llanto de aquel hombre y el terror que 
emanaba de sus ojos, le atravesó el alma.

Cuando pudo controlar su angustia, se dio cuenta que aquel hombre le tenía puesta 
una mano en su hombro y como en agradecimiento, Fran puso la suya sobre la de 
el, fue la forma de darle las gracias.
-Puedo verle? -le pregunto.
-Si, le dejaré unos momentos a solas.

Y lo siguió por aquel pasillo de puertas laterales hasta descubrir a su hijo sentado en la 
esquina de la habitación con la cabeza oculta, entre las rodillas. Abrazándolas. 
Al escuchar la puerta levantó la mirada, al ver a su padre, como un resorte se puso 
en pie y temeroso pego su espalda a la pared, pero cuando Fran dijo su nombre 
y alargo los brazos, el muchacho se dejó caer en ellos llorando, aterrado y su cuerpo 
fue todo un temblor. 

Se sentaron frente a frente cogidos de las manos y por primera vez vio los brazos de 
su hijo marcados por la muerte.

Copyright Fini López Santos