lunes, 1 de abril de 2013

Amanecer en Túnez


Desperté temprano, por la claridad que asomaba 
entre las rendijas de la persiana, diría que estaba 
amaneciendo. Extendí mi brazo en su busca, pero no estaba... 
Se adivinaba un día pesado, me incorporé y descalza 
me dirigí al baño, necesitaba una ducha urgente, 
este calor me debilita. 
Era una bendición recibir el agua fría templando este 
cuerpo siempre hambriento de ti. Desde cuando? 
Te deseé siempre, desde el mismo instante en que te vi.



Desnuda y con la piel todavía húmeda me adentré en el dormitorio 
y al cruzar el quicio de la puerta, paseé la mirada por el hueco 
que dejaste en la almohada, te veía, sin verte, plácidamente dormido 
y una mueca de felicidad llenaba mis labios, las palpitaciones se 
aceleran y yo con ellas. 
El sari se pegaba a la piel dejando intuir mi desnudez 
bajo el. Calcé mis pies con las sandalias que tanto te 
gustan, regalo de aquella noche en Túnez donde mi 
atrevimiento te comprometió y mi osadía te llevo 
a mi lecho... Recuerdas?...



Me acerqué a tu mesa después de comerte sin decoro con la 
mirada, me sentí salvajemente atraída por tu porte y 
ademanes. Tirabas de un hilo invisible y mis 
ojos no se intimidaban ante los tuyos seguros de su 
imán, como sonámbula fui hacia ti y escuché lejanas 
mis palabras resonando su eco en mis oídos.
-¿Puedo besarte? -Te dije como algo natural-.
Y sin esperar contestación alguna me senté en
tus rodillas y como un péndulo me fui inclinando
hasta posar mis labios en los tuyos. 
No ofreciste resistencia... jamás nadie me beso así.




Sólo nuestras bocas disfrutaron del roce y la entrega de nuestros más de mil vatios 
recorriendo cada terminación nerviosa, no hubo caricias, sólo dos 
bocas devorándose con lujuria. 
La siguieron algunas noches y otras más, en cada una, 
te sentí un hombre diferente. 
Cada noche una aventura, 
cada noche... las mil y una.



Bajé las escaleras en tu busca, pero no estabas, 
sólo encontré vacía la estancia, y a través de la 
cristalera te vi a lo lejos... en nuestra cala, 
frente a nuestro mar mediterráneo, integrado en el paisaje, 
esperando el sol. 
Corría una leve brisa que erizó mi piel, quizá 
quería decirme algo, pero, ya era tarde, no había 
vuelta atrás... Mi corazón te pertenece.



Me abrace a tu espalda llenándola de besos 
restregando mi cara por ella cómo una gata
en celo en busca de tus caricias, pero no 
estabas allí. Solo su cuerpo. 
En aquel paraíso sólo nos teníamos uno al otro, el 
tenía su vida en Túnez, todo lo que le hacía feliz 
estaba lejos, demasiadas cosas tiraban de el, ante 
un deseo ya consumado en mi persona.



Sentí en aquél abrazo un escalofrío, presintiendo 
el final de un sueño. Solo se escuchaban mis latidos 
y el mar calmo susurrando te quieros a su orilla, 
al igual que los tuyos, cuando te acunas amoroso 
entre mis pechos y escuché el silbo entre los juncos 
de las dunas tararear melodías de amor.
Me incorporé lentamente, con un cansancio 
disfrazado de comprensión. Debía dejarte a solas, 
sólo tú, debías encontrar la respuesta buscada.



Le di la espalda dirigiéndome a la casa y al momento 
sentí su mano sobre mi brazo, me detuve y al girarme 
vi una mirada desconocida en aquellos ojos en los que 
tantas veces me miraba y nos besamos a la desesperada, 
devorándonos, sangrando el labio 
ante la locura de una pasión desatada.



-Eres mía, aquí y allí... en donde habites! 
Ávidos de caricias, nos dejamos llevar por 
el torbellino de la pasión y no necesité grilletes 
para quedar inmóvil ante sus manos. 
Me dejaste desprovista del sari con una ternura 
inusitada, y me fuiste moldeando cual estatua 
de barro, tu mirada... tu mirada tenía palabras 
nuevas en su horizonte, tus labios ávidos de mis 
pezones, se recrearon en ellos hasta hacerme 
vibrar, fue tu lengua trazando el camino al 
unísono que tus rodillas se anclaron en la arena 
y tu boca a la altura de mi sexo, fue el cenit.



Perdimos la noción del tiempo y me abandoné al 
placer que me entregaba tu cuerpo, se rompió mi 
voz de tanto susurro dado, de tanto pedirte 
más. Las fuerzas nos fueron abandonando 
quedando rendidos en la dorada arena y tu 
pecho sobre el mío quedó inerte y entre el sopor 
de la lujuria que iba remitiendo, te escuché. 
-Te amo, te llevo en mi sangre. 
La decisión estaba tomada. 
Supe que jamás te marcharías... 

Copyright Fini López S. 

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