Fotos de la red
aquellas cuatro paredes, era lógico, casi inevitable
que llegaran a entablar amistad.
Él, un erudito de las leyes, don de gentes y positividad,
todo un Coaching, ella, ella era una muchacha corriente,
casi invisible, podía pasar desapercibida por su timidez,
pero se atraían, fluía la buena energía entre ellos.
Y como si se conociesen desde siempre, aquélla
madrugada comenzó una amistad que perduraría en el
tiempo. Y se fueron conociendo. Se tornaron inseparables.
El día que no estaban físicamente uno al lado del otro, el
Whatsapp era la mano que acariciaba con palabras tiernas,
la voz que alteraba todas sus fibras, cuando nadie podía
verla, en la intimidad de su alcoba, dejaba la armadura
a los pies de la cama y se volvía mimosa y tierna.
Se acostumbraron a las madrugadas, donde todo es más
sereno, más intimo. Cada día una confidencia nueva,
reflexiones compartidas y se dejaron llevar.
Aquella mañana, el le tomo la mano, se sintió liviana
y una paz interior la embargo. Se sentaron a la vera del
río, se abrazaron en silencio y suspiró henchida de ternura
apoyada en su pecho, no lo miró a los ojos, tenía miedo
despertar de aquel sueño.
Como tantas y tantas tardes, salieron a tomar un café
para seguir el trabajo con energías renovadas, se sentaron
en la terraza, el sol era cálido y el ambiente agradable,
pensó que era el momento de preguntarle por sus
sentimientos, nunca le dijo que la amaba, aunque cada
gesto de él era una confesión sin palabras. ¡Eso creía!
Ella apareció de la nada, era hermosa, el se sintió
incómodo escondiendo la mirada, aquello le delató
y ella se marchó disculpándose con esa sonrisa
suya de complicidad que tanto le desarmaba a él.
Tardó muchas madrugadas en conciliar el sueño, quizá
porque de nuevo se vistió la escafandra y esta vez
se acostaba con ella aunque le hiciese llagas en el alma.
Él la buscaba, la solicitaba y aun teniéndola de frente
tan alta era la barrera que ella levantó, que imposible
le llegase el temblor de su voz y los lamentos
de un corazón roto al que nadie escuchó.
Hoy, cuando se mira al espejo como cada mañana,
se anuda fuerte el corazón para que no tiemble,
la mirada se detiene en sus labios satisfecha y sin
pronunciar palabra alguna, se dice:
No me escucharas pronunciar tu nombre.
Copyright Fini López Santos
(Derechos reservados)
No hay comentarios:
Publicar un comentario