martes, 17 de diciembre de 2013

¡Siempre tú!



Me paralizaban las dudas en aquel reencuentro después de tres años sin saber nada
de él.
Quedamos en vernos fuera de la ciudad –eso fue cosa mía- no me apetecía tener 
que pintarme sonrisas fingidas, aunque quizá él lugar no era el más apropiado.

Eran las diez de la noche de un viernes cuando sonó el teléfono, mis oídos no daban 
crédito a lo que escuchaba, aquella voz profunda que tantas veces me susurró 
acariciando con sus palabras, de nuevo trastocaba mi seguridad.
¡Todavía quedaban rescoldos en la hoguera de mi piel!.

Llegué pronto al restaurante acordado, lejos de la vorágine de la ciudad
...todo se ralentiza.
Aparqué y me dirigí a los alrededores, necesitaba respirar, serenar este corazón 
loco que pugnaba por salir del pecho sin permiso, golpeando fuerte para romper 
el bozal que lo amordazó durante este tiempo.

El lugar era mágico, robles, avellanos y encinas, cuchicheaban entre ellos 
batiendo sus ramas en una melodía única entre vals y tangos acompasados 
llenando el ambiente de blancas y corcheas templando mis nervios el diapasón 
de los recuerdos.

Casi había olvidado la belleza de aquellos parajes, aquella humedad que calaba 
los huesos. Estaba toda la llanura nevada, como la última vez que recorrimos 
aquellos senderos de ensueño y temblé cómo las hojas movidas por el viento 
cuando te sentí a mi espalda, hacía frío, mucho frío. ¡Qué decirte que no sepas!

Aquella madrugada...todo marchó contigo.
El brillo de mis ojos cuando me desnudabas lentamente rozando a conciencia 
la ropa sobre mi piel provocativamente. 

El temblor de mis labios acercándose tímidamente a tu boca suplicando ese 
beso asfixiante por no dejarte escapar saboreando hasta la última gota 
del néctar de tu saliva.

El latir de la sangre que se acelera en cada envite llevándome a perder la 
compostura, niña traviesa de nuestros juegos.
¡Nada es para siempre!...Tarde llegó la enseñanza.

Cuando ya comencé a respirarte me dejaste sin oxigeno, sin brillo, sin 
calor y el pulso se fue acostumbrando al latir silencioso, fui una sombra 
en tu distancia. 
Y fuiste como el verano en diciembre...lejano.



No se cómo voy a reaccionar cuando estés frente a mi, no hay ensayo 
posible para esta obra, habrá que improvisar cada minuto de nuestro 
encuentro.

Y al girarme para desandar mis pasos, de bruces me encontré con tus 
ojos y de nuevo cómo aquella mañana quedé hipnotizada, me hablabas, 
sonreías, no podía escapar de la magia de tus labios.

-Mentiría si te dijese que te olvide- dijiste.
Y estampaste un beso en mis labios cómo si nunca te hubieses marchado.
-Vamos...y me tomaste de la mano.

Con la primera copa brindamos por la amistad, con la segunda por nosotros 
y seguimos brindando hasta el anochecer, se acariciaron nuestras manos, 
se pasearon tus dedos por mis labios llenándome de inquietud, quise negarme 
la evidencia al descubrir mi deseo de ti, pero cuando me invitaste a subir, 
dije si y fue tarde para volver atrás...me tenías ganada.

Dimos rienda suelta a nuestras pasiones en un preludio repleto de detalles, 
ese baño que tan bien preparas y que tantas veces eché de menos
mientras me acariciabas toda, ese abrazo tuyo cuando me envuelves en la 
toalla, al mismo tiempo que te entretienes en mi cuello, ese girarme despacio 
rodeándote con mis brazos desnuda para ti, esos ósculos en mis pechos que
arrancan quejidos de placer llevándome a las nubes.

Y ya en el lecho, no se quién amo más hasta quedar exhaustos, sudados, 
sin voz, henchidos los labios de comer nuestras bocas, repleta nuestra piel 
de caricias atrevidas dejando fuera tabúes, nuestros sexos fueron protagonistas 
de aquella noche lujuriosa.

Fuera quedaron las nieves, el frío invierno, el bello paisaje tantas veces andado 
uno al lado del otro, y juntas nuestras manos nos sentaremos en el banco
a la orilla de la senda en primavera.

-Quédate esta noche y siempre...me susurraste.
Y me anude a tu cuerpo.

Copyright Fini López Santos 

Autoría de las fotos y propietaria de las mismas Concha Cao












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