La luna pudorosa se escondía tras la cortina
semiechada, tapando a medias el ventanal
abierto a la suave brisa nocturna.
Con su luz dibujaba el cuerpo de ella agitado,
como aguas bravas deseando el romper
de las olas en una playa relajada y placentera.
Al ritmo de un tango acompasado y pasional,
sus manos penetraban en el olimpo de afrodita
regalando el elixir en pequeñas gotas, cual esencia
de preciado perfume, perlas majestuosas de
valor incalculable para alguien que gustase
libar tan preciado manjar, mana de dioses.
Con la necesidad imperiosa de seguir el ritmo
que pedía su cuerpo, abrió el baúl de sus
deseos y en un dulce y agitado vaivén de sus
caderas junto a unos dedos descarados y
atrevidos, fue soltando gemidos, relajando
músculos y en un tic convulsivo, gritó su
nombre maldiciendo entre dientes, esa
dependencia de su imagen en la alcoba.
Y se entrego toda, casi perdiendo la conciencia
al placer de un orgasmo que se negaba a
finalizar, su piel, brillaba como ungida por los
mejores aceites al reflejo de una luna
ensimismada ante tanta belleza, y enamorada
de un imposible, se descubrió sonrojada
por el febril deseo de poseerla.
Fue entonces cuando tras un profundo y
abandonado suspiro, escuchó murmurar
quedamente a sus labios: muero en tus manos
que son las mías, el puente entre tu y yo
a través de esas cortinas.
Y la luna palideció.
Copyright Fini López Santos
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