Desperté temprano, por la claridad que asomaba
entre las rendijas de la persiana, diría que estaba
amaneciendo. Extendí mi brazo en su busca, pero no estaba...
Se adivinaba un día pesado, me incorporé y descalza
me dirigí al baño, necesitaba una ducha urgente,
este calor me debilita.
Era una bendición recibir el agua fría templando este
cuerpo siempre hambriento de ti. Desde cuando?
Te deseé siempre, desde el mismo instante en que te vi.
Desnuda y con la piel todavía húmeda me adentré en el dormitorio
y al cruzar el quicio de la puerta, paseé la mirada por el hueco
que dejaste en la almohada, te veía, sin verte, plácidamente dormido
y una mueca de felicidad llenaba mis labios, las palpitaciones se
aceleran y yo con ellas.
El sari se pegaba a la piel dejando intuir mi desnudez
bajo el. Calcé mis pies con las sandalias que tanto te
gustan, regalo de aquella noche en Túnez donde mi
atrevimiento te comprometió y mi osadía te llevo
a mi lecho... Recuerdas?...
Me acerqué a tu mesa después de comerte sin decoro con la
mirada, me sentí salvajemente atraída por tu porte y
ademanes. Tirabas de un hilo invisible y mis
ojos no se intimidaban ante los tuyos seguros de su
imán, como sonámbula fui hacia ti y escuché lejanas
mis palabras resonando su eco en mis oídos.
-¿Puedo besarte? -Te dije como algo natural-.
Y sin esperar contestación alguna me senté en
tus rodillas y como un péndulo me fui inclinando
hasta posar mis labios en los tuyos.
No ofreciste resistencia... jamás nadie me beso así.
Sólo nuestras bocas disfrutaron del roce y la entrega de nuestros más de mil vatios
recorriendo cada terminación nerviosa, no hubo caricias, sólo dos
bocas devorándose con lujuria.
La siguieron algunas noches y otras más, en cada una,
te sentí un hombre diferente.
Cada noche una aventura,
cada noche... las mil y una.
Bajé las escaleras en tu busca, pero no estabas,
sólo encontré vacía la estancia, y a través de la
cristalera te vi a lo lejos... en nuestra cala,
frente a nuestro mar mediterráneo, integrado en el paisaje,
esperando el sol.
Corría una leve brisa que erizó mi piel, quizá
quería decirme algo, pero, ya era tarde, no había
vuelta atrás... Mi corazón te pertenece.
Me abrace a tu espalda llenándola de besos
restregando mi cara por ella cómo una gata
en celo en busca de tus caricias, pero no
estabas allí. Solo su cuerpo.
En aquel paraíso sólo nos teníamos uno al otro, el
tenía su vida en Túnez, todo lo que le hacía feliz
estaba lejos, demasiadas cosas tiraban de el, ante
un deseo ya consumado en mi persona.
Sentí en aquél abrazo un escalofrío, presintiendo
el final de un sueño. Solo se escuchaban mis latidos
y el mar calmo susurrando te quieros a su orilla,
al igual que los tuyos, cuando te acunas amoroso
entre mis pechos y escuché el silbo entre los juncos
de las dunas tararear melodías de amor.
Me incorporé lentamente, con un cansancio
disfrazado de comprensión. Debía dejarte a solas,
sólo tú, debías encontrar la respuesta buscada.
Le di la espalda dirigiéndome a la casa y al momento
sentí su mano sobre mi brazo, me detuve y al girarme
vi una mirada desconocida en aquellos ojos en los que
tantas veces me miraba y nos besamos a la desesperada,
devorándonos, sangrando el labio
ante la locura de una pasión desatada.
-Eres mía, aquí y allí... en donde habites!
Ávidos de caricias, nos dejamos llevar por
el torbellino de la pasión y no necesité grilletes
para quedar inmóvil ante sus manos.
Me dejaste desprovista del sari con una ternura
inusitada, y me fuiste moldeando cual estatua
de barro, tu mirada... tu mirada tenía palabras
nuevas en su horizonte, tus labios ávidos de mis
pezones, se recrearon en ellos hasta hacerme
vibrar, fue tu lengua trazando el camino al
unísono que tus rodillas se anclaron en la arena
y tu boca a la altura de mi sexo, fue el cenit.
Perdimos la noción del tiempo y me abandoné al
placer que me entregaba tu cuerpo, se rompió mi
voz de tanto susurro dado, de tanto pedirte
más. Las fuerzas nos fueron abandonando
quedando rendidos en la dorada arena y tu
pecho sobre el mío quedó inerte y entre el sopor
de la lujuria que iba remitiendo, te escuché.
-Te amo, te llevo en mi sangre.
La decisión estaba tomada.
Supe que jamás te marcharías...
Copyright Fini López S.