Le costó abrir los ojos
y mirar atrás sin recordar
¡Porqué aquella tarde!
Intentó día a día desechar
aquella angustia y sus sollozos.
El dedo en sus labios
fue hierro candente
y su garganta quedó sin voz,
su amor fue inexistente
fueron suyos todos los miedos.
Y en brazos del ángel caído,
tumbada en el lecho
al borde de un abismo,
fue piltrafa y desechos
toda ella fue gemido.
De nuevo la tormenta,
como aquella tarde
cuando las caricias
fueron puñaladas
su corazón murió en alerta.
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