Foto de la red
Caminaba absorta por la calle empedrada de su niñez,
todo había cambiado, tanto, que no reconocía su aldea.
Andaba perdida en el tiempo y los recuerdos.
Aquella mañana salió temprano, casi al amanecer, tomó
el coche de alquiler y puso rumbo a sus primeros balbuceos,
(era lo único que les tenía que agradecer, el que insistieran
para que sacase el carnet de conducir), tenía mucho
tiempo libre para recuperar la distancia de tantos años.
Aún sentía el azoramiento por la carta recibida hacía unos
meses, vino a romper la tranquilidad mal disimulada en sus
noches de soledad, cuando las lágrimas pugnaban por salir
para ser protagonistas de un encierro voluntario.
-Soy libre...ya nadie podrá retenerme. Maktub.
Aquéllas escuetas palabras, se perdían en el centro de aquel
folio blanco que tantas veces había releído y tenía ya cuarteado
de tanto abrir y cerrar, toda una vida en aquel simple renglón.
Ya de nada valía el sentirse vapuleada, humillada, herida, el
tiempo, fue el encargado de aplacar su ira y su dolor, después
de tantos años, ya no quedaba nadie de entonces a quien culpar.
Aparcó en la entrada de aquel pueblo desconocido para ella y
puso rumbo a encontrarse con su pasado, el temblor de sus
manos delataban sus nervios. Tan delgada, tan pálida, parecía
un fantasma perdido. Y en uno de aquellos recodos, en el cruce
de caminos, sus miradas se encontraron, toda ella tembló
tornando a sus quince años, ya no había vuelta atrás, tampoco
lo deseaba, “lo que está escrito” ese era el mensaje.
Caminaron uno al lado del otro, al unísono se tomaron de las
manos y una sensación de vértigo se apoderó de su cuerpo.
-No temas, amor...
Y en aquella habitación iluminada por tanto amor acumulado,
él le entregó todo lo guardado desde antaño y con el rubor en
las mejillas de su primera vez, ella se entregó al hombre que
siempre amo a pesar del dolor.
¡Tras la puerta quedó para siempre colgado su hábito!
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