Foto de la red
Nadie podía sospechar por entonces lo que la vida les deparaba, ni en la peor de las
pesadillas. Eloisa y Fran padres modelos de cuatro hijos maravillosos, tenían ya su
cruz al nacer (eso dicen los mayores) que cada uno, tiene ya su destino marcado y
debe ser verdad a tenor de lo que tenía que ocurrir.
Eran las tres de la madrugada de aquél sábado fatídico cuando entre sueños
escucharon sonar el teléfono, Fran se levanto tambaleándose para poder llegar a
tiempo, no era normal que sonase aquellas horas –algo pasaba-.
-Dígame -pregunto.
-¿El señor Castells?
-Sí, ¿Con quien hablo? –pregunto al interlocutor-.
-Soy el comandante Albero de la comisaría de levante-.
-¿Qué ocurre?
-Su hijo está detenido, creo que debería venir, señor.
-¿Mi hijo? ¿está seguro?
-Noé Castells.
-Si, es él, ¿qué hizo?
-Mejor venga, por teléfono es complicado.
Tras colgar y todavía entre las brumas del sueño, al girarse, vio a su mujer apoyada
en el quicio de la puerta, desencajada por el sobresalto, esperando que él le contara.
No sabía desde cuando estaba allí, ni si había escuchado la conversación.
-Era el chico, lo dejaron tirado los amigos y hace frío, voy a recogerlo –dijo -con la
esperanza que no notase temblar su voz-. Era la primera vez que le mentía.
-Acuéstate mujer, vas a coger frío. Habrá que hablar con él... últimamente anda raro.
Eloísa se metió en la cama y amparándose en la oscuridad, escudriñaba cada
movimiento, cada gesto y esas facciones que tanto conocía. Y sintió helarse la sangre
en las venas.
Llego a comisaría sin saber el trayecto elegido para ello, pero se le hizo eterno el camino.
-Buenas noches, soy el señor Castells –se presento-.
-Lo estaba esperando, soy el comandante Albero, sigame por favor-.
Entraron en un despacho frío, poco hospitalario y le ofreció una silla
¿Le apetece un café? No es muy bueno, ya sabe usted como son estas dichosas máquinas.
-No gracias ¿qué ocurre con mi hijo?
-A noche asaltaron la farmacia del ensanche, fueron tres yonkis desesperados, al decir
esto, levanto los ojos y pudo ver a un hombre aterrado. La cosa no hubiese sido tan
grave de no haber sangre de por medio. Hubo un muerto, y de nuevo volvió a mirar a
su interlocutor que sin palabras le pregunto y esta vez no se hizo de rogar.
-Murió el dueño –contesto.
-Su hijo es uno de los tres asaltantes, el jura y perjura que no hizo nada, pero...
estaba allí, de acompañante o no, pero estaba y ante tal hecho, no podrá salir
hasta que lo decida el juez.
estaba allí, de acompañante o no, pero estaba y ante tal hecho, no podrá salir
hasta que lo decida el juez.
Eran muchas noticias de golpe, demasiado dolor para asimilar en tan breve espacio de
tiempo, su cabeza parecía querer estallar y se vino abajo como un niño asustado
rompiendo a llorar. No hubo prisas, el comandante Albero había vivido muchas
situaciones en aquel despacho, pero el llanto de aquel hombre y el terror que
emanaba de sus ojos, le atravesó el alma.
Cuando pudo controlar su angustia, se dio cuenta que aquel hombre le tenía puesta
una mano en su hombro y como en agradecimiento, Fran puso la suya sobre la de
el, fue la forma de darle las gracias.
-Puedo verle? -le pregunto.
-Si, le dejaré unos momentos a solas.
Y lo siguió por aquel pasillo de puertas laterales hasta descubrir a su hijo sentado en la
esquina de la habitación con la cabeza oculta, entre las rodillas. Abrazándolas.
Al escuchar la puerta levantó la mirada, al ver a su padre, como un resorte se puso
en pie y temeroso pego su espalda a la pared, pero cuando Fran dijo su nombre
y alargo los brazos, el muchacho se dejó caer en ellos llorando, aterrado y su cuerpo
fue todo un temblor.
Se sentaron frente a frente cogidos de las manos y por primera vez vio los brazos de
su hijo marcados por la muerte.
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