viernes, 9 de agosto de 2013

En el país de las flores



Había una vez, hace ya muchos años un hermoso país, tan bello como quiera tu 
fantasía imaginar; lleno de plantas y flores como únicos habitantes del lugar, 
Gardenia, que así se llamaba su reina era bellisima; y su perfume, embriagador. 
Quería y admiraba tanto la belleza, qué encargó el cuidado de su gran y preciado 
reino a los mejores jardineros del mundo: Los hermanos Colibrí. 
En él todo era paz y armonía, cada flor desprendía su personal aroma; y era tan 
increíble el colorido de sus pétalos, que, a vista de pájaro, parecía que jugaban 
entre ellos un sinfín de arco-iris. 
Sus tallos y hojas de un verde intenso y brillante, eran el placer de sus cuidadores. 
Un día, sin saber como sucedió, creció frente a una hermosa Rosa, un elegante 
Cardo, orgullo de su especie. Fue a nacer, por un error de la madre naturaleza, 
en una zona del jardín prohibida para el. El jardinero no le dio importancia al 
hecho, ignorándolo por completo, creciendo la Rosa y el Cardo a un tiempo. 
Desde sus primeros balbuceos, ¡Porque las flores también hablan!, se fueron 
conociendo. Pasó el tiempo sin que ellos lo apreciaran y cuando fueron adultos 
¡el desastre! Se enamoro él de su princesa, como Romeo de la bella Julieta. 
Las demás compañeras llenas de envidia, entre sí, murmuraban: 
-¿Qué tendrá ese humilde Cardo? Para que nuestra hermana, haya perdido 
sus pétalos por él. Es vulgar, arrogante y feo, ¡Debieran quitarle de en medio!

Esto llegó a oídos de la Reina y muy 
enfadada por no haber sido informada 
de tal evento, hizo llamar a sus jardineros. 
Los pobres, temblorosos, pues ya 
conocían el carácter de su patrona, 
acudieron a la cita sin demora alguna. 
Fue tan grande la reprimenda, que el 
eco de sus gritos se escuchó en todo 
el país. Su Majestad ordenó que al 
ponerse el sol, fuese el Cardo 
transportado a un rincón apartado 
del jardín, donde el entorno del mismo 
no se rompiese por su fealdad y 
austera vestimenta. 
¡Que injusticia más grande! 
Los enamorados defendían con 
destreza el amor que les unía, pero 
todo intento fue imposible. Uno de 
los jardineros con habilidad, fue 
separando hoja por hoja a los tristes amantes que parecían fundirse en un estrecho 
abrazo, lloró la Rosa al sentirse impotente por la discriminación con la que había 
sido tratada.

Sin importarle a nadie el gran dolor y la amargura que sentía, viendo cómo alejaban
a su amado, dobló su tallo hasta lo imposible para intentar de nuevo abrazarlo, 
¡Pero todo fue inútil! El Cardo, viendo el sufrimiento del que era preso su amor, con 
voz cálida y melodiosa, así le cantó: 
-No llores mi princesa, pronto estaremos juntos, besaré tus pétalos de fresa y tú talle 
fino como el junco. No habrá tierra que nos separe, ni manos que arranque nuestro 
corazón, bajo cielo y lluvia te amaré, mira si es grande mi amor. 

Y mientras cantaba fue arrastrado como vulgar ratero acusado de robar la mejor 
joya de aquel jardín prohibido, la cándida y hermosa Rosa. Fueron los días 
pasando y la Rosa llena de tristeza, fue perdiendo su color, sus pétalos se 
tornaron pálidos y su tallo perdiendo fue su esbeltez. En el ambiente se respiraba, 
que la muerte merodeaba cerca. 

Sus estiradas compañeras que no tenían sentimientos, pues vivían para sí mismas, 
criticaban su postura con acritud y muy pocos miramientos: 
-¡Como fuiste a caer tan bajo! ¿No sabes que eres muy hermosa y tu estirpe es 
de sangre azul, como vas a emparentar con tan humilde y pobre lacayo? 
¡Ni tan siquiera es de este país! 
Espabila, que no se hizo el manjar para la boca del asno. 
Al escuchar tan duras y crueles palabras, la Rosa, sin fuerza para entrar en discusión, 
dejó rodar una lágrima y plegando sus pétalos al cielo, lloró por sus hermanas 
pidiendo al cielo perdón. 
-No les hagas caso mi buen Dios, ellas tienen la desgracia de no saber querer 
al prójimo. 

Cuando amaneció los pétalos de tan linda flor, estaban esparcidos por la tierra 
unidos en forma de corazón y su tallo lánguido y sin vida, había caído con tal 
precisión, que parecía una flecha atravesando por el centro dicho corazón. 
Su Majestad la Reina como cada mañana, salió de paseo envuelta en su 
arrogancia, cuando fue avisada de tan triste y penosa noticia y llena de furia 
marcho en busca del Cardo traidor, para terminar con su vida. 
¡Pero otra gran sorpresa les aguardaba a todos aquella mañana! 
Al llegar a la humilde morada del Cardo, no podían dar crédito a lo que sus 
ojos veían y la Reina muda por el asombro, retrocedió sobre sus pasos 
gritando enloquecida: 
-¡No puede ser, no puede ser!

-¿Podéis imaginaros acaso lo que había sucedido? 
Se encontraba el Cardo en todo el esplendor de su hermosura como un clavel 
reventón y la Rosa enlazada a su talle llena de candor y lozanía, pero no termina 
hay la cosa, pues estaban los enamorados, rodeados de varios capullos en flor, 
especie única en el mundo y más lindos que cualquier sueño de amor jamás 
inventado. Este fue el milagro con el que Dios les premió. 

No les importó la estirpe, la raza, el llanto, ni el dolor, había en ellos mucha 
nobleza, libertad y mucho amor. Puede uno ser feo o hermoso en 
apariencia, pero no importa cuando se tienen sentimientos tan grandes como 
el sol, pues la hermosura y la belleza se llevan en el corazón. 

Cuando veáis una flor qué no sea de vuestro agrado, ¡No la matéis, dejadla vivir! 
Quién os dice que no habrá mañana otra flor hermosa suspirando por su amor. 
Hay flores que les pasa como a las orugas, muchas de ellas al llegar su madurez, 
se transforman en bellas mariposas. 
Igual nos pasa a las personas, se nos discrimina por el color de nuestra piel, 
nuestro nivel intelectual, nuestro estatus social, por ser extranjeros 
o condición sexual. 
¡Acaso ante Dios no somos iguales! 
Aprendamos de este cuento, con humildad y con amor.

Copyright Fini López Santos 


Dibujos de mi autoría.




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