Foto de la red
Después de un día frenético junto a la alegría del reencuentro,
hizo que al caer la noche nos refugiásemos en el sofá agotados.
Las risas dieron paso a las confidencias, tú desplegabas tu
verborrea y yo simplemente te miraba.
Tus brazos, fuertes y musculosos me rodeaban con dulzura.
¡Había soñado tanto este momento!
- Deberíamos preparar un tentempié, estoy hambrienta
y no sólo de ti.
En tu mirada había algo extraño que no supe descifrar,
una fugaz sombra pasó aquella noche inadvertida ante
la dicha de estar juntos, como habíamos deseado.
Tu sonrisa se tornó enigmática, quizá fue el cansancio
producto de una sospecha infundada, que junto a mis
ansias por estar contigo, no detectaron tu azoramiento.
Aquella noche dormí abrazada a tu espalda.
Los días siguientes el teléfono era un constante sonar
a toda hora, me pareció que tus nervios iban en
aumento y temí fuese por mi culpa.
-¿Sabes, amor?
Creo que perturbo tu vida, quizá no fue buena idea
el venir, tal vez nos falte tiempo.
-No es eso, compréndelo.
-¿Qué debo comprender?
-No estoy habituado al nuevo aroma de esta casa,
no hace falta escuchar tus pasos para saber por
donde andas.
-No te gusta- te dije mimosa.
Me abrazaste deslizando tus labios desde el cuello
hasta mi hombro.
-¡Me encanta tu perfume!- dijiste.
-Ummm… si sigues te retengo-
Y te marchaste a desgana con el brillo que tanto me
gusta ver en tu mirada.
Me cuesta sacarte de mi mente durante las horas que
no estas a mi lado, se hace eterna la espera y la
tardanza de tu regreso se me hace insoportable, tan
solo tú absorbes mi tiempo y este soliloquio en nuestra
habitación a de llegar hasta ti.
Días más tarde comprobaría que aquella fugaz sombra
casi olvidada, no fue imaginación mía.
Me presentaste a tus amistades aquella noche y entre
copa y copa, risas y preguntas indiscretas, te perdí, mis
ojos recorrieron la estancia sin éxito, y me encontré sola
ante la mirada inquisidora de más de un amigo tuyo.
Hizo que me sintiera incómoda y salí al jardín maldiciendo
tu poco tacto.
-¿Dónde estarías?
No tarde en descubrirlo, subí a la segunda planta, la puerta
entre abierta dejaba ver tu cara, el placer te embargaba,
tus manos sujetaban las caderas de ella y sus gemidos no
dejaban nada a la imaginación.
Nos miramos, tus ojos suplicaron… tus labios hablaron
de miedos… pero yo estaba herida de muerte y no me
quedaba sangre en las venas. Mi adiós fue definitivo.
Hoy sigo recordándote como la primera vez, tengo
tus besos incrustados en cada rincón de mi piel ajada.
Copyright Fini López Santos
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