Fotos de la red
Arrastraba la pequeña maleta, sin fuerzas,
y no es que pesara, eran sus pies los que eran
plomos y la acera un imán que hacia ella los atraía.
El caminar se torno doloroso y cansado.
Sus lágrimas corrían libres, silenciosas, resbalando
por la mejilla hasta su boca, ya no se molestaba en
quitarlas con su mano, ni le importaba las miradas
de la gente con la que se encontraba. Su cabeza alta
y mirada al frente enmascaraba el profundo dolor
que sentía en su pecho, esa punzada en el corazón
que daba paso al ahogo latente de su garganta, y es
que se sentía presa de aquellos labios que la
condenaban al más duro de los silencios.
Recordó sus nervios al llegar aquella tarde a la
ciudad donde nadie la esperaba, con el firme
propósito de acortar la distancia que él había
impuesto a su relación con ella después de aquella
fatídica mañana.
No hubo reproche alguno, simplemente silencio,
no le dio la más mínima oportunidad de saber en
qué falló. Cualquier reo tiene derecho a su defensa,
ella no… para ella, ausencia total de palabras.
Le pidió al taxista que la dejara al principio de la
calle, quería llegar por sorpresa, ver su reacción
sin que tuviese tiempo a enmascarar cualquier
expresión de su cara.
Respiró profundamente y tocó el timbre… las cartas
estaban echadas y su corazón se desbocaba a cada
latido… silencio, eterno silencio.
Apareció tras la puerta semientornada sin expresión
alguna en su faz, mirándola como a una desconocida.
¡Ah! Fue la única palabra que salió de su boca.
Ella quiso un acercamiento pero él se convirtió en un
muro infranqueable, su impotencia le gritaba ¡basta!
Y decidió cerrar el círculo.
Sabía a lo que se arriesgaba buscándolo, pero… no
podía ni quería echar por la borda tanto vivido, tanto
sentido, por nimiedades… y sin luchar.
Quizá ella no supo leer entre líneas que todo estaba
acabado por parte de él y aquella mañana fue el as
que necesitaba para dejarla de lado.
Por un momento le pareció ver una punzada de
dolor en su mirada, falsa percepción cuando
atisbó en un segundo que no estaba solo.
Controló el ataque de ansiedad con el que creía
morir pintando una sonrisa en aquellos labios
que pugnaban por temblar y descubrir la verdad,
pero no iba a darle el placer de verla destrozada
y de nuevo volvió a colocar su máscara.
Acera abajo caminó intentando no mostrar
debilidad alguna, arrastró la pequeña maleta
sin fuerzas… se perdió con la tarde en la vorágine
de una ciudad desconocida y se dejó llevar sin
luchar en la espiral del olvido.
Copyright Fini López Santos.
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