En el rincón de una estrecha acera como si de un palacio se tratase,
dormitaba una pobre niña, tan pobre, que no tenía ni nombre.
Era morena, su piel trigueña y su cuerpo delgado, daba paso a una
melena negra como el azabache; sus ojos grandes y transparentes,
brillaban como las estrellas en una noche clara, y su mirada,
de esa mirada limpia y serena, emanaba una paz interior que
envolvía su frágil cuerpo como si de un ángel se tratase.
Y su nariz, ¡Que graciosa!, era pequeña y respingona.
A veces, cuando la encontraba acurrucada entre los cartones de
aquel su hogar, daba la impresión de ser un caniche herido.
Olvidado de todo ser viviente, huérfana de padre y madre, sin tener
a nadie que de ella se ocupara, tuvo que buscar su vida en la calle
para poder sobrevivir, si es que aquello podía ser vida.
La pobre niña no sabía leer ni escribir,
¡Era tan poquita cosa!, todos se burlaban de ella. ¿Por qué?
un vestida con sucios harapos, regalaba el amor a puñados,
tan distinta era de todas las demás niñas, tan distinta de todos
que se diría: no es de este mundo.
Las gentes del pueblo no lo entendían y muchos se decían: es imposible
que esa criatura todavía siga con vida, cuando es despreciada e ignorada
por todos en las noches de frío invierno, cuando mas necesitaba
del calor y cariño de todos.
Pasado algún tiempo y la niña se fue debilitando,
ya no le quedaban fuerzas para seguir luchando y en aquel rincón
de su acera, la gente de paso que la observaba,
sin querer atender su angustia, como si ella fuese un cruel pecado,
o una enfermedad contagiosa, se decían: mejor se muera.
Un día soleado y espléndido, apareció por el pueblo una dama
muy hermosa y mirando asombrada a la niña, pregunto a los que
pasaban cerca de ella con voz suave:
-Perdón ¿quién es esa pobre criatura
que como animal acosado y herido,
espera con gran paciencia, que se eleve
su alma para abandonar este mundo?
Las gentes alzaban sus hombros dejando la pregunta sin respuesta.
- ¿Cómo le llaman? Insistió la señora-
Alguien le contó que llegó allí una mañana sin nadie detrás y se
acostumbró pronto a no hacer preguntas.
Dejamos de escuchar su voz y tan sólo abre sus labios para dar gracias,
pero no sabemos por qué, ¡la verdad!
Aquella contestación dejó perpleja a la dama,
que sin salir de su asombro les dijo:
-¿Tan injusta ha sido con vosotros,
que no le habéis dado ni un nombre siquiera?.
¡Pero si hasta cualquier muñeca está bautizada!
Queriendo las gentes del pueblo ignorar el
daño causado, contestaban en su defensa;
-Es una niña muy rara, no es como las demás,
para ella todo está bien, no se enfada por nada
Y siempre sonríe ¡Está loca!
La dama que parecía un hada salida de un cuento, ante
el asombro de todos, se acercó a la niña y acariciando con
ternura y suavidad su despeinada y sucia melena,
Con voz dulce y suave le dijo:
-Te buscaba mi princesa, porque eso eres tu para mí;
si tú quieres, me gustaría llevarte conmigo,
si tú me dejas, aprenderé a ser madre contigo.
La niña con gran ternura y llena de emoción, que hacía temblar
su frágil cuerpo, extendió sus pequeñas manos hacia
su salvadora, dejando una extraña lágrima rodar por sus mejillas,
en tanto que su cara reflejaba llena de luz, la felicidad
tanto tiempo esperada.
A todo esto y llenos de curiosidad malsana, un gran tumulto de
gente del lugar, formaron un circulo alrededor de ellas,
y con los ojos atónitos, sin salir del asombro en el que estaban
perdidos, daban paso a la que ellos llamaban ¡Loca!,
en busca del amor y la comprensión que todo el pueblo
le estuvo negando a sabiendas.
Las gentes comenzaron a murmurar insistentemente
¡No podía ser cierto aquello!
Y volviendo la vista hacia el rincón preferido de la niña,
quedaron mudos por el espanto y se fueron encogiendo.
Se encontraba la niña en el suelo, con una gran sonrisa en los
labios y sus ojos cerrados. De la dama no había ni rastro.
No estuvo sola en sus últimos momentos, nadie se burló de ella,
todos en silencio y cabizbajos, abandonaron el lugar llenos
de un profundo dolor que les oprimí el pecho y el corazón
lloraba en silencio tanta maldad.
Fue el funeral más hermoso jamás recordado en el pueblo,
pero por desgracia la compasión y el amor, una vez más, llegaban
demasiado tarde.
¡La loca! Qué fácil es negar la evidencia cuando algo nos asombra,
qué triste es sentir remordimientos,
cuando el mal causado ya no tiene remedio.
Cuando no alcanzamos a entender el significado de algo, no preguntamos,
lo ignoramos sin pensar en las consecuencias que con ello arrastramos.
¡La loca! ¿Por qué? ¿Por no tener maldad?
¿Por querer sin ser querida? ¿Por devolver bien por mal?
La vida no es injusta ni traidora, no, somos nosotros con nuestros
egoísmos y nuestra falsedad, los injustos y
Los traidores de nuestro prójimo.
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