Atardecer en Sella - Alicante
Fotos autoría: Rafa Navarro
Cuando nos asomamos al abismo de la vejez, siempre viene un niño y nos empuja por detrás.
Ramón Gomez de la Serna
Nunca pensé que al levantarme y pasear la vista por las cuatro paredes de esta
casa, tendría que convertirla en un paraíso indiscutible.
La vida nos abofeteo con la mano abierta cortándonos el vuelo en un
confinamiento jamas vivido.
Pasan los días y se entumecen las alas replegadas para la ocasión, bajo la
perplejidad de unas calles desiertas, sin ruido, solo el alborozo de unas palmadas
a las ocho, que se han convertido en un ritual de saludos a vecinos que nunca antes viste.
Los días son largos, hay tiempo sobre todo para meditar, recordar, añorar...
Echas de menos a los tuyos y alguna lágrima se escapa libre a posarse en la comisura
de la boca y recuerdas la infancia en el pueblo cuando correteabas por veredas
y senderos con la libertad que te daban los tres años de vida.
Y la mañana se ilumina en este encierro engañoso, que uno asume por
librar a los suyos de complicaciones innecesarias.
Ya podremos abrazarnos, dicen…
Y sigo recordando tus atardeceres dorados, nítidos y ambarinos, regalo que
ofrecen tus montañas junto a la penumbra del verde esmeralda
de tu vegetación limpia de toda polución.
¡Cuesta respirar un oxigeno tan puro!
Y la primavera, salvaje sigue su camino sin mirarnos de reojo como antaño
cuando todo era basura, maldad, destrozos.
Quizá seamos ilusos al pensar que dejaremos vivir sin golpear creyendo en lo imposible
porque tarde o temprano volveremos a ser los mismos empáticos de un
mundo destruido por esta sociedad avara y egoísta.
Solo en los brazos de tu naturaleza olvido la imagen catastrófica de los telediarios.
No todo tiene que ser tan real y tan dramático como parece
(o como nos cuentan) que de ilusión también se vive.
Si lo deseas puedes soñar hasta con tu propia felicidad, entre fogones, rodeado
de unos muros de piedra llenos de historia y
esas amapolas sonriendo al viento.
Copyright Fini López.